domingo, 20 de febrero de 2011

Amarte; con el universo entre los dedos.

Y no, no volví a sentir, como se deshacía una galleta de sabor a chocolate en mi boca. Tampoco encuentro cuando abro mi cajón de los despojos; el trozo de luna que me regalaste. No, ya no, ya no siento escalofríos cuando las hojas se caían al suelo dando la bienvenida a mi queridísimo otoño. La lluvia ya no quiere mojarme la cara, me evita cada vez que me la encuentro y las margaritas de mi jardín han desaparecido de mi vista por completo. Y mis constelaciones... malditas constelaciones, no quieren verme, ni siquiera aparecen para desearme una bonita noche cargada de sueños. Parece que los melocotones ya no quieren ir al supermercado, parece ser que tampoco quieren que les acaricie su piel aterciopelada. Las plantas que riego no quieren crecer, ¿se habrán caído por un agujero negro? Las velas que enciendo en mis tenebrosas noches nunca se terminan por consumir, y no me dejan dormir. Los libros pasan sus hojas velozmente en mi cabeza, y no me dejan degustarlos. Es raro también, que el viento no me despeine cuando está en sus mejores días ociosos. Las mariposas ya no se posan en mi pelo, no se que las he podido hacer. Y para colmo, los laberintos situados en los anillos de Saturno que habitaban en mis pensamientos, han desaparecido por completo. Y no, no volví a sentir nada de lo que antes forma parte de mi cotidiana vida.

Conil de la Frontera, 1983. El único lugar en toda la tierra donde huele a puro salitre, donde los sueños viajan a menudo en la brisa cálida de sus playas. Solo existen casas blancas, y pequeñas, para que las puedas pintar con tu imaginación y amueblarlas de infinitos pensamientos. Allí donde la luna viaja cada noche, y alumbra las vidas de aquellos que creen en utopías. Pocos aprecian la intensidad de su belleza y han contado todas y cada unas de las estrellas que se sumergen en el mar oscuro, llamado el universo del sur.

Y pocos, la conocieron bien a ella. Hoy, Violeta decide guardar el salitre en una vieja maleta, y la arena en una cajita de madera. Violeta vuelve a Londres, vuelve para evadirse y destapar recuerdos olvidados en una lata de supermercado.

El verano en Londres, es como un invierno en Conil. Siempre gris, aquí el sol no me da los buenos días y el mar no llena de tranquilidad mis tibios oídos. Nunca me gustó esta ciudad, siempre plagada de gente caminando de un lado a otro con su comida basura a rastras, con prisa, con estrés constante, las pisadas de la gente suenan como repiqueteos de dedos en las teclas de un ordenador. Tráfico, contaminación. Ya oigo los músicos de Covent Garden tocando en frente de la puerta de mi edificio. Nada a cambiando por aquí.

Empujo mi llave hacia la ranura, me pasa lo de siempre, tengo que sacar de tripas corazón para encajar la maldita llave. De un descuido pisoteo todas las cartas y facturas existentes almacenadas en el suelo, es triste, que solo se acuerden de ti cuando dejas de pagar. Abro la maleta, y lo primero que saco es mi caja de madera llena de arena, la abro: huele a mar.

Sigo siendo cobarde sigo huyendo a toda velocidad. No me basta estar en mi ciudad natal, no me sirve de nada. No he conseguido salir de tu bohemia galaxia.