Que duro es almacenar toda una vida en una triste cartera, como diría mi abuela. Y es aún más triste si esta está desgastada y agrietada, como mis pensamientos. No me decido que cosas podré guardar en una triste y confusa maleta que me acompañará el resto de mis días. Toda mi vida tiene que caberme ahí. No se por donde empezar, no si si dejarla vacía lo cual conlleva a que tendré que aprender mucho para llenarla de pensamientos y mirar hacia delante y comenzar nuevos sucesos, o por el contrario cargarla de sueños sin cumplir y recuerdos imborrables. O... ¿mitad y mitad? ¿será suficiente? Último suspiro a través de mi ventana, últimas miradas a los prados verdes, a las montañas con voluptuosas caderas, a las margaritas envueltas de alegría y conmoción, y a las mariposas que alardean de sus hermosos encantos. ¿Habrá allí mariposas? ¿Habrá allí alguna gota de agua entre las grietas de los corazones astutos?
Dejo muchas cosas aquí, cosas sin acabar. Cosas empezadas. Me dicen que no se lo hago, que soy una sin rumbo, un alma perdida. Pero no me importa, yo les digo que se que está a apunto de comenzar la historia de mi vida. Lo presiento. Y lo que se presiente se lleva adentro, muy en el fondo, y ese fondo es muy oscuro, más que una cueva.
Siempre me llamaron extranjera. Desde ese día, jamás me volví a sentirme de aquí, esa palabra oída por mi, a mis seis años de edad, me cambió la vida. Y más aún ahora. Ahora seré la extranjera de verdad. La extranjera para siempre, en todos y cada uno de los sentidos que habitan en el planeta.