lunes, 4 de julio de 2011

Lo que necesitamos.

Follábamos. Follábamos en el salón, debajo de la cama, en el balcón, alféizar de la ventana, sobre el agua del mar. Follábamos en cualquier parque natural, bajo cualquier cerezo en flor, estanque de patos, o en mitad del mismísimo Hyde Park. En baños públicos con jeringuillas por suelo, en la bañera de vez en cuando, en cambio, en la ducha más a menudo. Follábamos en conciertos, teatros ingleses y viendo películas porno. Follábamos cocinando, entre latas de atún y cajas de galletas de la tienda de en frente. También lo hacíamos con ella y con él. Pero también con ellos. Un día también pensamos follar en la lavandería, pero decidimos que era mejor hacerlo en un probador en plenas rebajas. En su oficina, en casa de los vecinos mientras cuidábamos a sus niños, en ascensores. Lo raro es que nunca hicimos el amor. Sí, así es. Nunca hicimos el amor. Un día, fuimos a una cabaña en lo alto de una montaña, rodeada de hermosos árboles marrones en pleno otoño. Le propuse que hiciéramos el amor, la verdad, es que se echó a reír. Yo, incrédula de mí, sin saber como reaccionar, salí corriendo arrancándome el corazón. Casi desnuda, con las llaves del coche en la mano, arranqué la impotencia con la llave de la resignación. Y allí le dejé plantado. Por ingenuo, e ignorante hacia los sentimientos. Hacia la misma vida.