viernes, 17 de junio de 2011

De todos, de tú.

Era como una tibia sensación. Cómo explicarlo... era como una mezcla del olor a café recién hecho, y el sonido que produce una sandía al ser cortada, las pipas de los girasoles tostadas al sol, o como el limón navegando en las heridas de unos dedos de pianista. Era todo utópico y surrealista a la vez. Cada día le encontraba menos sentido a aquellas cosas. A estas cosas. Vamos, a las nuestras. Esas pequeñas manías, costumbres, y caminos que hacen los enamorados antes de cerrar los ojos y empezar a soñar. Ese cosquilleo y ese frío al tocar sus pies congelados, y ese algo que te resuena en el ombligo. Su pelo retorciéndose en la almohada, esta ya marcada por su ingenua cabeza. ¿Por qué tiene que ser él el que se adueñe siempre del lado izquierdo de la cama? Y que te quite la manta, y que te intente tirar al suelo. Pero los dos sabemos que es mejor una pequeña cama, para que no se nos congelen los corazones. Que es cosa nuestra dormir con la ventana abierta. Y tener las sábanas de color amarillo primavera. Aunque hay a veces que las sábanas retuercen nuestros pensamientos y nos oprimen, pero menos mal que existen planchas que nos permiten que vuelvan a su lisura de siempre. La lluvia crujiendo en el tejado. Es un placer escuchar el sonido de su voz diciendo: un rato más, un rato más... cuando suena el fúnebre despertador. Dormir entrelazados, y notar sus ásperas y pobladas piernas entre las mías. Concentrarnos en soñar, y a la mañana siguiente, ir poniendo palitos en la pared de todos los días vividos a su lado. Por eso tenemos unas paredes tan largas. El sabor de los besos al despertar. Cada día un sabor afrodisíaco distinto. Y es que te encanta quitarme las legañas mañaneras, y verme desnuda fumándome un cigarro. Y lavarte la ropa interior, sujetarla con pinzas al oxidado tendal, para que nunca se vuele de mi vida. Tus poemas ensuciados encima de la encimera de la cocina. La tinta con la escribes está en cada uno de los lunares de mi piel. Nuestra primera foto juntos sustituye a cualquier televisor situado en cualquier salón ajeno. Gritar, gemir, estirarnos, estremecernos, sudar, y lavarnos la cara como gatos. Peleas descaradas por ser fanáticos del blues; por tus grupos y por los míos. Por tu forma de contarme cuentos y pintarme con ceras en el suelo. Aquel verano, pudimos conocer lo intensivo, transcendental, armónico, primordial y melodioso, de jodido y asqueroso amor de nuestras vidas. Fue como una tercera guerra mundial, en la que la contienda no tuvo final.

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